Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

viernes, 25 de febrero de 2011

Detrás de mis gafas.




Tengo que cambiarme las gafas. Seguramente mi visión ha empeorado, y no me refiero solo a la presbicia impuesta por la edad, sino a la hipermetropía que padezco tiempo ha. Detrás de mis lentes puedo esconderme, pero también disfruto de un particular prisma que consigue filtrar la luz clara y desechar los colistres indefinidos u oscuros. He de congratularme de esa gran cualidad que disfruto como consecuencia de los arañazos de mis cristales.
   Si algún miembro de mi familia deja caer una indirecta de reproche hacia mi persona, yo no la proceso más que como una llamada de atención cariñosa en pro de mejorar mis actuaciones y/o mis actitudes, con una intención puramente educativa y de progreso madurativo.
   Si una amiga me hace un desaire, yo la justifico con motivos de autoinculpación, aunque el fundamento no se tenga en pie.
   Si un compañero de trabajo manifiesta abiertamente su hostilidad hacia mi humilde persona, llego a la conclusión que tiene un mal día, pero mi empatía nunca se lo achaca  a celos profesionales ni de ninguna otra índole.
   Yo me pregunto: ¿seré gilipollas? Podría ser, pero no necesariamente. ¿Tal vez aspirante a una futura beatificación? Muy lejos de lo posible. ¿Una mártir sin fronteras? Decididamente, no doy el perfil.
   Simplemente mis gafas tienen efecto impermeable: por sus cristales resbala todo aquello que no quiero "ver". No hay tiempo entre tantos proyectos para perderlo en inútiles preocupaciones o angustias. En caso que algo traspase hasta llegar al ojo, lloro de manera terapéutica para expulsarlo de mi organismo, limpiando así todo vestigio de acelerador de la rueda de las vanidades que impera en mortales con mejor visión que yo.
   A los camicaces no les importa morir, de tal manera que suele ser imposible disuadirles de sus planes suicidas con tal de llegar a la consecución de sus objetivos. A mí nadie puede hacerme sentir envidia, por ejemplo, porque soy una camicace con los sentimientos negativos. Me estrello contra ellos para pasar a mejor vida, antes de bucear en sus lodos.
   Y ahora quiero sincerarme: como método para poner en práctica, cojonudo. Pero no tengo la desfachatez de colgarme esa medalla. Sucumbo ante la presión desde bajos niveles de tolerancia.


   Si es que no somos nadie.








                          Y después de esta chorrada, ¡¡¡me voooyyy...!!!

                                      Besitos sabor disculpas...

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