Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

jueves, 21 de abril de 2011

MIÉRCOLES.



                                     Miércoles, 20 de abril de 2011.


   Desde mi cama escucho nítidamente el rumor de las olas. Me he levantado en cuanto el sol ha entrado por la cristalera de mi habitación, he preparado café y lo he tomado en la terraza con unas tostadas de miel y canela. Corría viento, así que me he tapado las piernas con una mantita, mientras me deleitaba con el paisaje. Después he bajado a la playa y he caminado largo rato en dirección a las dunas. La vuelta la he hecho corriendo. He tenido que guardar el libro que llevaba debajo de la camiseta, y cerrar la cremallera del polar para evitar que se cayera. No me gusta nada correr (Mane siempre dice que es de cobardes, por supuesto él es un valiente de los de toda la vida…). Físicamente no me cuesta, pero psicológicamente me tumba y me aburre. Aún así, he corrido varios kilómetros hasta el punto de partida.
   Me he plantado de pie, mirando al mar con descaro, escudriñando sin disimulo el ritmo cadencioso de cada ola, analizando los rastros de espuma abandonados sobre una arena virgen, impregnándome de yodo y de paz. Hay pescadores en la orilla, cada uno con varias cañas, y también diviso perros brincando alrededor de sus dueños, parejas paseando cogidos de la mano, una mujer de carnes flojas en bikini caminando deprisa, con la intención, tal vez, de recolocar los colgajos en el sitio donde alguna vez estuvieron ubicados…
   El mar hoy viste de verde. El refrán dice: “Quien de verde se viste, por guapo se tiene”. Y el mar hoy se pavonea con orgullo, atizado y embravecido por los vientos procedentes del Atlántico, invitando al disfrute, pero también embaucando para el suicidio.
   El cielo está surcado por cúmulos y nimbos, acatando las previsiones meteorológicas, que decoran la escena de tonos grisáceos y sepia, y se desplazan apresuradamente, con urgencia; pero el sol se cuela por improvisadas ventanas azules y alumbra por momentos con sus destellos cegadores, pintando de luz, al estilo impresionista, extensas franjas del horizonte marítimo.
   El viento mece mi melena, que desde el momento en que pisé la playa, se encogió sobre sí misma  para peinarse con caprichosos y desorganizados rizos.
  
   Mi refugio me estaba esperando con los brazos abiertos, y yo me dejo querer.



                  ¡Estaremos en contacto!

                                         Besitossss

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