Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Ochenta y cinco primaveras

     Hoy es el cumpleaños de mamá. Nada menos que 85, ahí es nada. El paso del tiempo ha dejado su huella, como no podía ser de otra manera, pero todavía conserva rasgos de la sublime belleza por la que siempre la han destacado sus conocidos. Ninguno de sus cuatro hijos hemos heredado su finura y su esplendor, y nadie dirá de ninguno de nosotros que hemos sido los más guapos del lugar. 

     No se puede decir que haya tenido una vida dura, porque afortunadamente nunca ha sufrido hambre o  grandes necesidades, ni siquiera en la Guerra Civil, pero es de mérito haber sacado cuatro hijos adelante estando casada con un agricultor modesto, a base de imaginación y callados sacrificios. 

     En esta foto falta mi hermano mayor, que vive lejos con su familia, pero viene con frecuencia a pasar unos días a su tierra. La instantánea fue tomada en la romería de San Isidro, en Santa Marta.

     Y en esta otra, posa con tres de mis cuatro hombres, después de una comida familiar en Badajoz hace unos días, en la que nos reunimos casi todos: los cuatro hermanos con nuestras respectivas parejas, seis de los siete nietos (alguno de ellos con su novia), y mamá. En estas ocasiones es cuando se echa de menos la falta de papá, a pesar de haber transcurrido ya diecinueve años de su muerte.

     Mamá podría haber rehecho su vida, pero no ha habido más hombre para ella que el padre de sus hijos. Se ha ido marchitando en una voluntaria soledad, que aún disfruta, aún cuando sus condiciones de salud no son las idóneas para prescindir de compañía. Pero su independencia es para ella más importante que su comodidad.


     Es la voluntad personificada: para no descuidar su higiene ni su aspecto, para hacer sus tareas domésticas, para no olvidar las fechas familiares destacadas, para desplazarse mínimamente a la compra o al médico con su paso lento e inseguro, ayudada por su ya inseparable bastón, a pesar de su creciente invalidez, para estar pendiente de tomar debidamente todas sus medicinas diarias, para entrenar su mente ejercitándola recordando sistemáticamente números de teléfono...

      Ojalá podamos disfrutar de su presencia muchos años más, y que ella sea testigo del transcurrir de la vida de sus hijos y sus nietos, e incluso conozca algún biznieto, con un poco de suerte...


                   ¡FELICIDADES, MAMÁ!


"Déjame que te evoque, madre,

                       cada vez que saco fuerzas

                                    para cargar sobre mi espalda el peso

                                                 de mis pesares, con la voluntad de hierro

                                                                                que siempre me has inculcado."
    



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