Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

lunes, 18 de junio de 2012

CONFESIONES A MI TECLADO


                                   Confesiones a mi teclado.


     Yo no entiendo de macroeconomía, pero en lo concerniente a economía doméstica, me autoproclamo doctora “honoris causa”, como muchas de las que ahora estáis leyendo estas líneas. En ese sentido, con los años y las enseñanzas de mis mayores, de administrarme a la antigua usanza, he aprendido a hacer encaje de bolillos.


     Procuro ajustar mi presupuesto para ir cubriendo las necesidades más básicas, y si llega, lo gasto en partidas prescindibles y menos necesarias, que aportan un mayor nivel en la calidad de vida de mi familia.
     No soy amiga de gastar lo que no tengo, a base de créditos o préstamos, aunque he recurrido a hipotecas o alguna otra ayuda bancaria, como la mayoría de los mortales. Pero dentro de un orden. No me he dejado embaucar por charlatanes a la hora de endeudarme, y he calculado mis posibilidades y mis limitaciones en cada caso concreto.
     Nunca he perdido el contacto con la realidad: tengo que devolver lo que me han prestado, en las condiciones en las que me he comprometido y en los plazos establecidos. Y si he albergado dudas sobre mi capacidad para cumplir escrupulosamente lo pactado, he rechazado la alternativa. Conozco gente en mi entorno que ha vivido por encima de sus posibilidades, en la absoluta creencia de merecer todos los privilegios imaginables, y con la suficiente ignorancia y ceguera para perder de vista el horizonte de los compromisos adquiridos. 


     En casa he tenido siempre la máxima de no tirar al tuntún, si se puede reciclar, no desperdiciar agua o comida, no gastar electricidad sin control, no ablandarme ante caprichos injustificados de mis hijos, ni míos, por supuesto. Y trabajar duro, esforzándome, en casa y en el trabajo. No como penitencia para alcanzar el cielo eterno, sino como filosofía de vida.
     Detesto a las personas que hacen gala de una actitud pusilánime frente a sus obligaciones, argumentando toda una colección de justificaciones sobre su pasividad, su indolencia, o su pereza enfermiza en un gran número de ocasiones. A los que esconden su irresponsabilidad tras un falso certificado médico, que es su pasaporte para tumbarse como gato panza arriba, riéndose hipócritamente de la gracia. Total, -deben pensar- nadie es imprescindible, y además todo el mundo lo hace… Pues yo no lo he hecho en mi vida, ni creo que vaya a hacerlo en los años de trayectoria profesional que me restan. 


     Ahora que nuestro estado del bienestar camina inseguro sobre la cuerda floja es cuando muchos se dan cuenta que no todo el monte es orégano. Que vivir en los mundos de Yupi no era más que un sueño, del que hemos despertado zarandeados. Pero dar marcha atrás es ya imposible. Las crueles circunstancias actuales han cogido el látigo para azuzarnos en nuestros comportamientos pueriles, estallándolo en nuestra espalda para que trabajemos más, mejor, muchas más horas, mucho más barato y con menos vacaciones, que ya hemos vagueado más de la cuenta y hemos despilfarrado lo nuestro y lo ajeno. En estos momentos nos las van a dar todas del mismo lado: pin-pan, pin-pan, pin-pan. 


     Aunque yo pienso que toda la culpa no es nuestra. Hemos sido marionetas en manos de los poderosos, y a partir de ahora vamos a ser los esclavos de los que están en lo alto de la pirámide social. No les voy a poner nombres porque todos los sabemos –o los sospechamos- pero tengo meridianamente claro que ha surgido una nueva estructura social a raíz de la crisis, creada no por casualidad, sino a propósito, en la que la clase media pasa a ser  la clase esclava en el Nuevo Orden Mundial. Tenemos el dudoso honor de ser los esclavos del s. XXI.


    Y dando gracias, porque nos dejarán vivir, aunque de mala manera. A los desgraciados del Tercer Mundo los exterminarán sin miramientos, con epidemias, hambrunas, o conflictos armados orquestados concienzudamente, ya que consumen recursos y no aportan nada práctico a la humanidad. Hay que planificar minuciosamente el crecimiento de la población mundial, en número y en calidad de raza, mejorándola a ser posible, a base de ingeniería genética, para que nada se les escape de las manos, para que todo esté bajo su control.


     Los mayas nos legaron sus famosas profecías, vaticinando  un calendario con fecha de caducidad: 21 de diciembre de 2.012, tal vez no pensando en un fin del mundo apocalíptico, aunque la situación no pinta bien en cuanto a catástrofes naturales (¿naturales?), pero sí en un cambio radical de conciencias en lo más profundo del género humano.


     No sé qué será de mí ni de mi familia de aquí a unos meses, y no niego mi vértigo ante las inquietantes situaciones que se están encadenando día tras día. Pero mi filosofía de vida sigue intacta y firme: cumplir con lo que creo que son mis obligaciones, y tratar de disfrutar el momento presente como la única apuesta segura, porque el futuro no ha confirmado aún su presencia.


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