Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

domingo, 31 de marzo de 2013

Mis primeras alumnas


Cuando la Madre Gregoria me llamó por teléfono a mi casa, a finales de agosto, para ofrecerme un puesto de trabajo como maestra en el colegio donde estudié todo el Bachillerato, no imaginaba que estaba apretando la tecla que definiría con nitidez mi destino profesional, y en consecuencia toda mi vida. Pocas personas pueden decir, en los tiempos que corren, que han ido a buscarlas a domicilio para darles trabajo, sin tan siquiera haber entregado un currículum. Ella me conocía desde que era una niña de diez años, y siguió mi trayectoria académica y personal hasta los 16 que terminé mis estudios en el centro. Con eso bastó, y me consta que nunca se arrepintió de contratarme, y yo le estaré eternamente agradecida.


Esta foto fue tomada en el viaje fin de curso a Mallorca, cuando estudiábamos 6º de Bachiller, en el año 1.976. El curso siguiente me matriculé de COU en el instituto Carolina Coronado de Almendralejo, y volví a Badajoz para estudiar Magisterio, que finalicé en 1.980.
Durante la carrera, tuve algún encuentro con la M. Gregoria, motivo por el cual ella sabía que yo podría desempeñar mi vocación en el colegio donde fui educada.


Conocía también, por descontado, mi pasión por la gimnasia, a la que dediqué muchos años escolares siendo integrante del equipo del colegio. Esa fue la clave para mi ingreso en plantilla. Quedó libre el puesto para impartir Educación Física, y yo lo cubrí, con la promesa de especializarme posteriormente, ya que había cursado Magisterio por la rama de Humanas.


Ese primer curso como maestra, me dieron la tutoría de 6º de EGB. Con estas primeras alumnas me estrené impartiendo, además de la Educación Física, otras materias como Lenguaje, Ciencias Naturales, Sociales y Plástica. Fueron unos primeros años muy enriquecedores para mí. Todo eran nuevas experiencias, de las que solo guardo buenas sensaciones.


Cuando me notificaron que estaba invitada a la celebración de los 25 años desde que esta promoción se fue del colegio, me asaltaron los recuerdos, no solo de las caras y de los nombres de mis primeras niñas, sino de emociones desbordantes de una época que me marcó como maestra y como persona.


Llegué a la cita con suficiente tiempo de antelación para poder saludarlas antes de la Eucaristía. Sentí una inmensa alegría por el reencuentro, a muchas de ellas no había vuelto a verlas desde su etapa escolar, y verlas convertidas en mujeres hechas y derechas, me llenó de orgullo.


La comida, y el buffet previo, nos permitieron ponernos al día de los acontecimientos que la vida nos ha deparado a cada una.


Al término de la comida, les leí unas líneas que llevaba escritas, porque no quería resultar pesada, pero tampoco que se me quedase nada en el tintero. El texto fue el siguiente:
               
Queridas alumnas:


Siento hoy una extraña mezcla de emociones difícil de explicar. Es para mí un honor estar invitada a vuestras bodas de plata, pero me lleva a reflexionar cómo se escapa el tiempo entre los dedos.


Tenía 22 años cuando entré a trabajar en el colegio. Yo diría, ahora que soy madre, que era prácticamente una niña. Una niña a la que confiaron la responsabilidad de ser tutora de otras más niñas aún: vosotras.


Esos primeros años fueron un aprendizaje constante del día a día, de otros compañeros con más experiencia, como Jacinto, al que adoro, pero también de vosotras, de vuestra frescura, de vuestra espontaneidad, de vuestras miradas limpias.


Tengo la inmensa fortuna de ganarme la vida haciendo lo que siempre quise hacer: dedicarme a los niños. Y vosotras, mis primeras y maravillosas alumnas, me confirmasteis esa vocación definitivamente.  


Seguramente me equivoqué en ocasiones, por lo que aprovecho esta ocasión para pedir perdón a las que sufristeis mis errores y mi inexperiencia. Después de 30 años de docencia todavía me queda mucho por aprender, y estoy dispuesta para aceptar el reto.


Hoy quiero desempolvar buenos recuerdos con todas vosotras, escribir vuestro nombre con letras doradas en las paredes de mi memoria, escanciar sonrisas sobre vuestras palabras, hilvanar mi cariño en vuestras conversaciones, y resucitar ilusiones que dormían plácidamente en antiguos calendarios.


 Mañana vendrá otro día, con su prisa rodando por las aceras.


Gracias por dejarme compartir con vosotras este entrañable acontecimiento de vuestra vida.



He llegado a un punto de mi trayectoria profesional en el que empiezo a recoger los frutos que he ido sembrando a lo largo de mi vida laboral. Deseo que la cosecha sea abundante y de calidad. Esta primera recolección ha sido inmejorable.

                                                  CLIC




sábado, 30 de marzo de 2013

Sábado de Gloria


A mí, por lo menos, me ha sabido a gloria. Cuando abrí el ojo esta mañana, el sol se había colado en mi habitación, y me miraba con una sonrisa burlona. Me levanté con diligencia, y en poco más de media hora me planté en la playa para dar un buen paseo. Con la marea baja, la extensión de arena es espectacular, y estaba repleta de almas ansiosas de un rayo de sol, tras una semana de cielos plomizos.


Me crucé con parejas en chándal, cogidas de la mano, muchachos jugando al fútbol, niños construyendo efímeros castillos de arena, con ayuda de palas, rastrillos y cubitos de vivos colores, perros correteando alrededor de sus amos, gente haciendo footing, mamás paseando a sus bebés en la sillita, valientes jugando con las furiosas olas, adolescentes haciéndose fotos con el móvil, despojadas de algunas prendas y poniendo morritos, señoras tumbadas sobre su propia ropa, en sujetador, intentando ligar un poco de bronce, matrimonios caminando por la orilla con los pies descalzos, portando en una mano el calzado, y chiringuitos atiborrados de conversaciones cruzadas, cervezas y tintos de verano pululando de un extremo a otro, con su correspondiente coro de camareros cantando a pleno pulmón las raciones solicitadas por los impacientes clientes.


Lástima que mañana es día de retorno. Otra Semana Santa pasada por agua. Ya lo dice el sabio refranero español: nunca llueve a gusto de todos.



viernes, 29 de marzo de 2013

Cadena 100 en concierto.


El pasado sábado estuve en el concierto de Cadena 100, que se celebró en el Palacio de los Deportes de Madrid. Salió un autobús desde la puerta del colegio, lleno de alumnos, antiguos alumnos, componentes del Coro, miembros del PAS, y algunos profesores, como yo. 

En primer lugar, paramos en Xanadú, donde estuvimos de compras y comiendo, ya que las persistentes lluvias desaconsejaban el turismo urbano en la capital.


El concierto comenzó a las 8 de la tarde, pero accedimos al recinto a las 6, hora en la que abrieron las puertas, para ubicarnos sin prisas ni agobios en nuestros asientos.


Pude hacerme una foto en la moto de Dani Pedrosa, nada más entrar en el Palacio. Allí montamos una pequeña revolución, dado lo nutrido de nuestro grupo, todos queriendo inmortalizar el momento.


     Posamos en un photocool por grupos, como las personas importantes, jejeje...

Disponíamos al lado de nuestros asientos de una pequeña plataforma, entre un tramo y otro de las empinadas escalinatas, que nos sirvió de pista de baile mientras actuaban los artistas y supuso un divertido desahogo durante las seis horas que allí estuvimos. Brinqué como una adolescente al ritmo de los temas de Macaco, Melendi, Pablo Alborán o mi adorado Miguel Bosé, que levantó de sus asientos a miles de asistentes enfervorizados.


Me lo pasé de maravilla. Liberé, mejor aún, desparramé las tensiones acumuladas durante la grabación del lipdub que el colegio nos encargó a Santi y a mí, y que nos había tenido ocupados y absorbidos durante las tres últimas semanas del segundo trimestre.


Fue un buen comienzo de vacaciones de Semana Santa, aunque nos mantuvimos "rodando" por esos mundos de Dios casi 24 horas, entre el madrugón de la ida y la vuelta inmediata tras la terminación del concierto. Pero como estoy hecha una moza, la recuperación fue milagrosamente rápida y sin contratiempos dignos de mención...


     Si es que da gusto estar con algunas personas, si puedo repito el año que viene...  ¡Bye!









jueves, 28 de marzo de 2013

El regreso


Después de siete meses, aquí estoy de nuevo, a tus pies, a pesar de las zancadillas de la rutina, a pesar de las inclemencias meteorológicas, he vuelto para beber de tus vientos, para colmar de grises, verdes y azules mi retina, para impregnar de yodo mis poros, para arroparme con el murmullo de tus olas.


Quiero entonar un canto de paz que frene la prisa que cargo en mi mochila, que refuerce las alas con las que levantaré el vuelo de las obligaciones a la vuelta de la esquina, que llene las alforjas de voluntad y alegría hasta el siguiente solsticio.

                                       
                                       Te he echado tanto de menos...


martes, 26 de marzo de 2013

Premio para Maribelandia

El Terrao- Dos Urbanitas en el campo
han concedido  el premio 
 ONE LOVELY BLOG AWARD
al blog
MARIBELANDIA.
Muchas gracias, me hace muy feliz obtener esta distinción, de la que quiero ser merecedora, esforzándome cada día por mejorar cada nuevo post. 


"Damos la bienvenida a todas aquellas personas que disfrutan simplemente con el canto de un pájaro, la vista de un atardecer, el crecimiento de una planta, los paseos por el campo, el diseño de un jardín... en definitiva los amantes de la vida natural ..."

Y ahora paso a contestar el cuestionario que me mandáis con la concesión del premio.

1.- ¿Cuándo te iniciaste en el Mundo Bloguero?
Hace algo más de dos años.

2.- ¿Qué te impulsó a crear un blog?
Mi afán por aprender nuevas tecnologías, y la búsqueda de un espacio para ejercer una de mis grandes aficiones: escribir.

3.- ¿Cuándo creaste el tuyo y cómo fueron los inicios?
En enero de 2.011. Al principio preguntaba con insistencia a mi marido y a mis hijos cada vez que me surgía una duda, y poco a poco me fui soltando. Como todo en la vida, aprendes a medida que vas practicando.

4.- ¿Qué te aporta el blog y este "mundillo"?
La frase que encabeza el blog responde a esta pregunta: "Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma."

5.- ¿Cómo eliges los temas y contenidos para el blog?
Puede motivarme un tema de candente actualidad, un evento familiar o de amigos, un proyecto profesional, o una inspiración súbita en forma de cuento o de poesía.
 
6.- ¿Cuánto tiempo tardas en crear y dar por terminada una entrada?
No hay un tiempo predeterminado, pero cuando empiezo una entrada, la acabo de una sentada, eso seguro.


7.- ¿Cómo compaginas tu vida "bloguera" con tu día a día?
Sin ningún problema, cuando me tomo un descanso de mis tareas diarias, doy una vuelta por mi ordenador, y una de mis visitas de rigor es al blog.

8.- ¿Qué actividades de la vida diaria te gustan?
Aunque parezca  mentira, mi trabajo de maestra especialista de Educación Física en Primaria es vocacional 100%. Además, escribir poesía, cuentos o cartas de opinión, y para equilibrar mente y cuerpo, bailar y frecuentar el gimnasio.

9.- ¿Cuales preferirías no hacer? 
Las tareas domésticas, que no me queda más remedio que asumir, las eliminaría de mi vida... Son ingratas y repetitivas.

10.- ¿Te gustaría haber vivido en otra época, aunque en ella no hubiese ni internet ni blogs?
Disfruto de una buena capacidad de adaptación,  pero me gusta el tiempo que me ha tocado vivir, a pesar de los pesares.

11.- ¿Te gustó recibir el premio? 
Me ha sorprendido gratamente, y no voy a negar que lo recibo con mucha ilusión.

  

viernes, 15 de marzo de 2013

La sonrisa.


     Este nuevo relato, recién salido de mi teclado, está escrito pensando en un muchacho que existe en realidad, aunque los hechos finales son de mi invención. Me hubiese gustado alargar un poco más la historia, pero últimamente estoy sobrecargada de atribuciones y paso por todos los asuntos a tres menos cuartillo, que dicen en mi pueblo.


      No digo más, solo espero que dejéis vuestro comentario en el blog si os gusta ( y si no os gusta, también acepto críticas negativas, ya me encargo yo de positivizarlas y sacarles partido...)




                       La sonrisa




Allí estaba, con su sonrisa perenne, mirando a los ojos con insolencia, pero siempre, hiciera frío o calor, con una sonrisa dibujada en la cara. Saludaba con alegría, restándole importancia a las circunstancias, a todo el que pasaba por delante de su puesto de control, y pronunciaba una frase aprendida con alfileres, en un tono amable y con una exquisita educación. 


No sabría acertar con su edad, porque la luz que irradiaba su mirada bien podría corresponderse con  los años de un adolescente, pero había un halo de tristeza en su gesto que le hacía parecer mayor, y que en mí despertaba una enternecedora protección,  una fascinante atracción que nada tenía que ver con sexo, sino más bien con un fuerte instinto maternal. Su actitud no podía considerarse intimidatoria, yo la calificaría incluso de seductora.  Desde que lo divisaba, mientras cerraba el coche recién aparcado en la acera, justo delante de la entrada, iba especulando a qué distancia cruzaríamos las miradas e intercambiaríamos un susurrante y tímido saludo, que en ocasiones se reducía a un pequeño movimiento de cabeza.  A medida que me acercaba, notaba cómo me subían las pulsaciones y se me aceleraba el paso, como si quisiera pasar desapercibida ante su indiferencia, cubierta por una capa mágica de invisibilidad, que me permitiera observarlo sin recato, recorriendo sin prisas los angulosos caminos de sus facciones. Al pasar delante de él, buscaba deliberadamente mi contacto visual, seguramente como a todos, y me soltaba el saludo como una plegaria. Yo le contestaba educadamente, como a alguien a quien se le respeta y reverencia con subordinación y timidez, y entraba en el establecimiento con la extraña sensación de que me estaría esperando como un sumiso pretendiente a mi salida. 


En verano se ubicaba a la sombra de la fachada, para evitar achicharrarse con este sol nuestro de justicia, y en invierno se frotaba las manos desnudas y las calentaba con su propio aliento, humo blanco emborronando el gélido ambiente de la calle, en un gesto de pura supervivencia. Mientras llenaba mi cesta de la compra, pensaba qué podría comprarle que le fuera de necesidad, pero me asaltaba la duda de meter la pata, y descartaba la idea. Una vez pasaba por caja, preparaba una moneda en la mano, para no tener que parar a rebuscarme para dársela a la salida, y siempre me contestaba algo como: “gracias, guapa, que tengas un buen día”,  con un particular acento, al tiempo que me obsequiaba con la más cautivadora de sus sonrisas. 


Me hubiera gustado armarme de valor para invitarle a sentarse en mi mesa en Nochebuena, en un alarde de samaritanismo, pero inmediatamente se disipaba mi impulso solidario entre consideraciones absurdas y aburguesadas, socorrido mecanismo de defensa para cobardes como yo, incapaces de romper esquemas prefabricados y saltar por encima de convencionalismos familiares y sociales. 


Me intrigaba su procedencia. Muy dura debió ser su existencia anterior, cuando la alternativa consistía en confiar sus días y sus noches a la caridad ajena, en una tierra ajena, con un idioma ajeno, con unas tradiciones ajenas, pero con una miseria propia, tan personal como intransferible. Preguntábame para mis adentros cuál sería el color de sus sueños y sobre qué cama o sucedáneo de lecho reposaban sus huesos en las largas noches de añoranza de su tierra, de sus paisajes, de su cielo, de su gente.


Siempre le vi solo, sentado sobre una caja, y no lucía a su lado ningún cartel que removiera las conciencias, pero su frágil estampa daba idea de su arraigada vulnerabilidad. Ocupaba la salida trasera del supermercado, ya que en la entrada principal se ubicaba una señora bien entrada en carnes, que por veteranía ejercía la mendicidad en el lugar más privilegiado. A diferencia de ella, él nunca seguía a los clientes para pedir con machacona insistencia la moneda del carro de la compra, aguardaba con paciente esperanza la limosna con la única persuasión de su mirada suplicante y su sonrisa agradecida. Sus modales denotaban una exquisita educación, su tono de voz, sus gestos, su austera pero correcta indumentaria, incluso su corte de pelo o su rostro imberbe. Nada que destacara de forma desagradable o sucia en su imagen externa. Era muy delgado, pero no parecía desnutrido. Y, desde luego, yo le miraba con buenos ojos, tal vez por su biensonante: “gracias, guapa, que tengas un buen día”, quizás por su frágil estampa, o podría ser su omnipresente y dulce sonrisa, que despachaba sin escatimársela a nadie en las traseras de aquel supermercado de barrio. 


Desde que falta de su puesto, nada en mis rutinas es igual, ni siquiera parecido. Nadie me mira con actitud seductora al entrar, ni espera sumisamente mi moneda al salir. Nadie me sonríe ni me habla con ese forzado acento. Nadie suscita en mi interior ese impulso de buena samaritana, ni exacerba mi curiosidad por conocer detalles de su anterior vida personal.


Leí en las noticias que las mafias que explotaban la mendicidad en la ciudad habían caído en las redes de la policía. Algunos de los detenidos serían deportados, y otros ingresarían en cárceles nacionales. Pero me resisto a creer que el joven de la dulce sonrisa perteneciera a este clan, por mucho que las evidencias o las coincidencias así lo señalen. Me inclino a pensar que se ha trasladado a otra zona, o incluso que se ha desplazado a otra ciudad con más perspectivas para progresar. Fantaseo con la posibilidad de que una buena persona le haya dado trabajo y haya resuelto sus papeleos para congraciarse con las leyes, y le imagino la cara de felicidad camino de su empleo, después de descansar toda la noche en un modesto colchón, pero con sábanas limpias y bajo un techo. 


La prisa no es buena consejera, pero se empeña en acompañarme cada minuto de mi rutinaria existencia, empujando mis pies a cada paso que doy. Llegué al supermercado, después del trabajo, con idea de comprar el pan para la comida y alguna otra adquisición de emergencia, casi sin reparar en las estanterías, queriendo robar unos instantes al dios Cronos sin que se percatase de mi desesperado hurto. Aún tuve que hacer cola en la caja, que a esa hora punta serpenteaba a lo largo del pasillo. Pagué con tarjeta, firmé y recogí el ticket sin revisarlo como tengo por costumbre. Bajé las escalerillas a toda marcha, y salí a la calle poniéndome las gafas de sol, mientras organizaba mentalmente cada tarea para llevar a cabo en cuanto entrara en casa. Para empezar, ¿dónde habré aparcado el coche, que nunca lo recuerdo…? Todos en casa tienen las tardes perfectamente planificadas, y soy yo la que coordina la hora de la comida para facilitar el camino a los demás miembros de la familia. Tan absorta iba en mis pensamientos domésticos, que irrumpí en la calzada sin mirar siquiera. Solo recuerdo que alguien me empujó y caí al suelo. La cesta saltó por los aires, la barra de pan se partió al chocar contra el asfalto, y pude oír un fuerte frenazo, una bocina y un grito de aviso. Después perdí el contacto con la realidad, y dejé de tener prisa. Disfrutaba de un sol de primavera, mientras me balanceaba en un columpio, al ritmo de una alegre canción infantil, que cada vez sonaba más lejos, más lejos, más lejos…


Alguien me hablaba, mientras me acariciaba la cara, pero yo no podía abrir los ojos, solo escuchaba murmullo de gente a mi alrededor, cuando aún se movía mi columpio. Traté de incorporarme, hasta quedarme sentada con la ayuda de unos brazos fuertes. Cuando logré abrir los ojos, lo primero que me encontré fue una mirada limpia y expectante, y después una sonrisa inundó mis recuperados sentidos. Había muchas personas preguntándome si estaba bien, si me había roto algún hueso, si sentía mareos, si llamaban a una ambulancia, y otras recuperaban mis pertenencias desparramadas por el suelo y las metían en la bolsa de la compra. Cuando pude ponerme de pie, algo aturdida, escuchaba: “te ha salvado la vida”, “este muchacho ha sido muy valiente arriesgando su pellejo por salvarla a usted de un atropello que hubiera resultado fatal”, “se le ha cruzado a usted un ángel de la guarda”…  


Acompañó mis pasos hasta la puerta de mi coche. Ya sentada en el asiento, me preguntó, con su peculiar acento: “¿estás segura que estás bien, tú puedes conducir?”, a lo que contesté con un sincero “gracias”, que me valió por una nueva sonrisa, ésta iluminada por un indescriptible brillo en los ojos. Saqué un billete de mi cartera y se lo guardé en la palma de su mano, cerrándosela con las mías. Sin dar la menor importancia al incidente, dio un paso atrás cuando sonó la llave de contacto, y me despidió como siempre: “gracias, guapa, que tengas un buen día”.   




                       ¡Que tengáis un buen día...!