Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Misión imposible

        
Al margen de la fe, la Navidad es el proyecto de marketing social más falso que existe en el mundo, cubierto por una pátina de religiosidad que es un atentado a la razón lógica y a los instintos de los corazones no contaminados, puros.




En Navidad se vende “felicidad” como cortina de humo, cuando lo que se ponen en evidencia son las más sórdidas miserias, las más crueles diferencias de clases, las mayores situaciones de hipocresía, las ausencias más insoportables y las tristezas más amargas.


Allí donde deberían abundar la cordialidad y los afectos, salen a la superficie los cadáveres del desencuentro, las envidias, las desconfianzas, los celos, las rencillas familiares, cuyo nauseabundo olor tratan de disimularlo las viandas propias de estas fechas, y cuyas ojeras procuran obviarse con las luces brillantes que nos rodean por doquier, en las calles y en las casas. Pero los muertos están presentes, aunque nos hagamos los desentendidos.


La Navidad es también el telón de fondo del consumismo. Los compradores compulsivos hacen estos días su agosto, igual que los negociantes más avispados. Y los que no disponen ni de lo más necesario y pasan hambre, frío o sufren carencias afectivas, ven desfilar ante sus ojos lo más descarnado de las injusticias sociales.

Detesto la Navidad, reconozco que carezco del espíritu navideño que impera en la mayoría de los mortales. No soporto ser feliz por imperativo del calendario o comer y beber por la inercia de la costumbre o la tradición. Soy una rebelde incomprendida.


Voy a mencionar algunos datos sobre la fecha del 25 de diciembre para celebrar la Navidad. Fue el Papa Julio I quien la estableció, por ser un día próximo a muchas fiestas del solsticio de invierno para la iglesia de Oriente.
Con anterioridad, los romanos también llevaban a cabo sus celebraciones del 17 al 23 de Diciembre, en unos días festivos en los que el arte de la cocina tenía un protagonismo importante y el día 25 de diciembre era la fiesta pagana de la exaltación del Sol. Aunque se cree que Jesucristo nació hacia la primavera - y unos cinco años antes de lo que fija nuestra era contabilizadora-, los primeros cristianos eligieron la fecha para hacerla coincidir con esas fiestas paganas de Sol. La política de la Iglesia primitiva consistía en absorber y no en reprimir los ritos paganos existentes, que desde los primeros tiempos habían celebrado el solsticio de invierno y la llegada de la primavera.
La fiesta pagana más estrechamente asociada con la nueva Navidad era el Saturnal romano, el 19 de diciembre, en honor de Saturno, dios de la agricultura, que se celebraba durante siete días de bulliciosas diversiones y banquetes.



Como hay que sumarse a la corriente arrasadora de estas fiestas, me quedo con la contrapartida de los encuentros familiares, aunque en ellos tengamos que compartir mesa y sobrellevar a algún miembro menos afín, por no decir persona non grata; con las reuniones de amigos, entre tapitas, copitas, risitas y bailes desinhibidos, auténtica válvula de escape a tantas frustraciones y sacrificios diarios; con los súbitos arranques de solidaridad con los más desfavorecidos, aunque sean para acallar la conciencia una vez al año; con el sueño de ser feliz, espejismo producido por las luces de colores, los alegres villancicos y las sonrisas de anuncio, que a veces no son más que una mueca.


Si Navidad es ser alegre, amable, solidario o mejor persona, debería celebrarse 365 días al año, y he de asegurar que conozco personas que permanentemente llevan esas cualidades por bandera. Pero, claro, sostener una hipocresía de tal magnitud en un tiempo dilatado para la inmensa mayoría no es más que una utopía, una misión imposible.


                             ¡¡¡Jojojó…!!!


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