Este año desde la distancia,
geográfica, que no sentimental, celebro, como madre, el cumpleaños de mi
primogénito Enrique.
Veintiocho años han transcurrido
desde aquel 9 de noviembre de 1986, día en el que cruzamos por primera vez
nuestras miradas y trenzamos nuestros caminos.
Se han ido poniendo boca arriba
las cartas del destino, caprichoso destino que te ha situado en un país
extranjero, de diferentes costumbres, de distinto idioma, de sol ausente, de
gastronomía mucho menos apetitosa, de espíritu menos festivo.
Afortunadamente, en esta segunda
intentona de buscarte la vida, te has llevado la mejor compañía: Carmen, la
alegría de la huerta, que seguro está consiguiendo que a los dos se os haga la
rutina más llevadera. Que os tengáis el uno al otro es una gran suerte que no a
todos les toca, y tenéis que saber valorarlo en su justa medida.
Te deseo que alcances tus sueños,
que empieces a lograr los objetivos que te propongas, pero por encima de todo,
quiero que seas feliz, muy feliz, aunque estés lejos de tus padres y tus
hermanos. Porque de tu felicidad depende también la mía.
Te quiero, cariño. Sopla con las
velas de tu tarta cualquier mal fario, y cómete todo lo dulce.
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