Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

miércoles, 22 de julio de 2015

LUZ DE ESPUMA (“Estampas” – XV)




Hilos de plata meciendo la cuna, y
su cara oculta testigo secreto
de besos robados sobre las dunas.
Sueños con alas surcando suspiros,
latiendo al compás de su luz de espuma,
perfume de amor a lomo de estrellas
errantes de mar, siervas de la luna.
Lluvia de versos salpican las almas,
magia de noche brillando en la bruma.



martes, 21 de julio de 2015

Las bicicletas son para el verano




Voy sorteando julio entre sofocantes olas de calor que afectan a mis hábitos y a mis neuronas. Escucho las noticias de soslayo, volcada en conversaciones familiares, ahora que tengo a todos en casa, pero un impermeable de indiferencia frena mi impulso a opinar por escrito sobre los acontecimientos que van acaeciendo.


Me impactó conocer el afortunado rescate de un bebé del interior de un contenedor, pero aún más enterarme que en el vertedero en el que buscaron infructuosamente el cuerpo de Marta del Castillo aparecieron tres cuerpos de niños que corrieron peor suerte. 



El sainete de Bárcenas me arranca una sonrisa de ironía: pretender que el PP le readmita en su puesto es una auténtica burla, y amenazar con nuevos documentos y mensajes que incriminan a figuras de relevancia nacional, propio de alguien sin escrúpulos ni principios. 



Don Erre que Erre vuelve a la carga, con el hacha de guerra de la independencia otra vez empuñada. Que se vaya si quiere, pero que alquile o compre algún terrenito para instalarse, que la tierra donde vive es una parte de España. 



Es sabido que las bicicletas son para el verano,  como los chiringuitos, las piscinas o las verbenas. Ya llegará el otoño, la falda de la camilla y los diálogos con el teclado.



miércoles, 8 de julio de 2015

El descanso del guerrero



Los defenestrados de las últimas elecciones han comenzado el desfile triunfal a su particular cementerio de elefantes, llamado Senado. La Cámara Alta se ha convertido en un premio para los políticos que se apean (o los apean en las urnas) de la primera fila. Un retiro de lujo que a partir de ahora podrán disfrutar cuatro ex presidentes de comunidades autónomas y una alcaldesa: Pedro Sanz, de La Rioja; Luisa Fernanda Rudi, de Aragón; Alberto Fabra, de la Comunidad Valenciana; José Ramón Bauzá, de Baleares; y Rita Barberá, de Valencia. 



La asignación constitucional es idéntica para todos los Senadores: 2.813,91 euros/mes. A esa cantidad habría que sumarle otras, nada desdeñables, si se ostenta la Presidencia, Vicepresidencia, Secretaría o Portavocía de un grupo parlamentario, aunque sea adjunto, más gastos de viaje, dietas, gastos que les origine la actividad de la Cámara, tarjeta-taxi con 3.000 €, todo ello exento de tributación, por descontado. Se les otorga, asimismo, teléfono móvil, ordenador portátil, tableta, despacho, y determinados senadores tienen la posibilidad de contar con personal de confianza para apoyarles en el ejercicio de su función. 


A todo esto, que alguien exponga sólidos argumentos para mantener toda esta parafernalia. Tal vez sería más razonable suprimir el Senado, de una vez por todas, y atender con ese sustancioso presupuesto necesidades sociales más urgentes


lunes, 6 de julio de 2015

DIEGO








La calma de la madrugada inunda la habitación. Llega con nitidez, como un estribillo, el murmullo de las olas. El chirrido estridente del cierre metálico de la panadería de la esquina rompe el silencio, como cada mañana, e invita a desperezarse. Desprecintar un nuevo día en este entorno resulta altamente gratificante.
Huele a café recién hecho. La primera tarea consiste en mirar el horizonte desde la terraza, barnizar las retinas de una inmensa paleta de azules y llenar los pulmones del aire fresco que engalana la brisa marina. Comienzan a decorar la calle los primeros transeúntes: unos portan pan recién salido del horno, otros la prensa bajo el brazo, cada vez más pasan corriendo con su atuendo deportivo a la última moda, algunos se dan los buenos días desde un balcón a otro, interesándose por asuntos de familia o comentando las previsiones meteorológicas… En menos tiempo del que se tarda en degustar un café, la rutina veraniega bulle alrededor como un torbellino.
En la playa, a lo lejos, se distinguen paseantes, algunos con sus perros, pero la arena no está salpicada aún de sombrillas multicolores ni de risas y juegos de niños. Es el mejor momento del día para disfrutar de piscina privada tamaño XXL, y hacer unos largos sin prisa, sin obstáculos, en comunión con el mar, al calor de su gélido abrazo. Cuando María llega a la orilla, ya están allí sus fieles amigos, sentados bajo la primera sombrilla que puede divisarse en toda la playa, al abrigo de los todavía tímidos rayos de sol. Tras el cordial saludo de cada jornada, el primer baño. Ellos siempre se quedan velando por su seguridad, vigilantes si tarda en volver a la toalla, guardianes cuando se aleja nadando distraída, casi como unos padres pendientes de su niña. Más tarde es Diego quien cata el agua y nada serenamente, sin alejarse demasiado, aunque la temperatura esté por debajo del nivel de lo agradable para el común de los mortales, como corresponde a esta zona pre atlántica. A él siempre le parece que está estupenda, aunque corte la respiración. Y seguidamente, se acerca a Carmen, su mujer, para ofrecerle su mano y acompañarla hasta la orilla, sujetándola muy bien al atravesar el rompeolas, para evitar que pierda el equilibrio, y permanece con ella mientras se baña para llevarla del brazo también a la salida.
Es una pareja entrañable. Enternece verlos cogidos de la mano o tomando un helado en un velador, después de haber celebrado sus bodas de oro. Unidos, compenetrados, cómplices durante toda una vida.
Hace dos veranos que Diego sufrió una aparatosa caída a la orilla del mar. Podría no haber tenido más importancia que un mal paso sobre la traicionera e irregular superficie de la arena, pero María tuvo en aquel instante un mal presagio. El verano pasado les echó de menos. Ya no bajaban a la playa a primera hora, ni se retiraban sobre las doce, cuando el sol empieza a ser más dañino. La salud de Diego se veía mermada, precisaba ayuda para caminar el que antes ejercía de lazarillo, y en esas condiciones, a ninguno de los dos les apetecía dejarse ver, aunque solo fuera por prudencia. Tuvieron que renunciar con resignación a una de sus rutinas favoritas.
Con su ausencia, María añoró la estampa que la había acompañado tantos veranos, y rezó calladamente por sus incondicionales amigos, con la esperanza de verlos restablecidos, de nuevo en la primera línea del mar y de su vida. Pero no pudo ser.
Un año más, el calendario ha peregrinado hasta llegar al mes de julio. Y una vez más, el verano vuelve a ubicar a María en ese pueblecito costero colmado de luz, con su calma de madrugada, con el estribillo de las olas sobre su almohada, el chirrido del cierre metálico de la panadería dinamitando el silencio adormecido, y la conduce a esa borrachera de azules sobre sus ojos, a ese aire fresco mientras se toma un estimulante café, al progresivo bullicio callejero observado a hurtadillas desde su terraza. Baja las escaleras de su ático con su toalla y su silla, y en los escasos cien metros que la distancian del mar nota que la asalta un inexplicable desasosiego. Durante estos meses que su vida transcurre ajena a sus amigos de temporada, ha espantado en más de una ocasión pensamientos  negativos que han llegado a inquietarla. Carmen y Diego son mayores, y eso le hace caer en la cuenta que algún día ya no estarán al tanto de sus inmersiones ni esperando que salga del agua.
Desde la primera pisada en la arena, María advierte la ausencia de la estampa que, verano tras verano, ha tatuado en su memoria. Mira nerviosa a su alrededor, inspecciona dentro del agua, vigila el camino de acceso a la playa, pero está sola.
Cuando ya el sol es dueño del cielo y la playa un hervidero de bañistas y veraneantes, toca batirse en retirada. Es entonces cuando alguien conocido se acerca y da una explicación a sus interrogantes. Diego ya no volverá. Ya no se dará ningún otro baño con el agua helada, ni llevará a Carmen de la mano para protegerla, ni clavará la sombrilla como el que pone una pica en Flandes, ni estará pendiente de María como si de su hija se tratara. Un tumor cerebral fulminante e inoperable lo ha montado en la barca que cruza la laguna Estigia.
Al tiempo que Carmen llora desconsolada la ausencia de su compañero, María imagina a Diego sonriendo con benevolencia a su mujer, mientras aguarda con impaciencia volver a fundirse con ella en un abrazo eterno.



miércoles, 1 de julio de 2015

“Un perro en apuros” (Cuentino)



          “Un perro en apuros”
                  (Cuentino)

En verano, a Blaky se lo llevaba su familia a la playa. El trayecto en coche no le gustaba, pero una vez instalados en aquel pintoresco pueblecito costero, disfrutaba de los pequeños de la casa, jugando con ellos a la orilla del mar, y remojándose alegremente  entre las olas que iban y venían de manera insistente, mientras él les ladraba con entusiasmo.
A los pocos días, le llevaron de excursión. Habían alquilado una estupenda embarcación, con la que navegaron mar adentro. Blaky se colocó en la popa, ensimismado mirando la estela blanca que quedaba como rastro el barquito en su camino, mientras la familia tomaba un refresco alrededor del timón. Algo hizo zozobrar la nave, hasta el punto que el perrito cayó al agua sin que nadie se percatase del suceso. Ladró, pero nadie le escuchó. Nadó y nadó con perseverancia, pero cada segundo el barco se alejaba más y más de él. Se sintió perdido y las fuerzas comenzaron a fallarle. Tragaba agua, pero seguía intentando alcanzar el barco, que continuaba su rumbo ajeno a la desgracia del animalito.


Desde el fondo del mar, un tiburón acechaba a su presa, seguro de su superioridad. Pero alguien más asistía a la escena presagiando un desenlace fatal si no intervenía inmediatamente: era Flippy, un delfín muy bondadoso que vivía en aquella zona. 



No se lo pensó dos veces, y cuando el tiburón a punto estaba de dar un bocado al pobre perrito, el delfín le alcanzó y chocó contra él para desviar su trayectoria. Mientras el temible dientudo se recomponía del inesperado golpe, Flippy se colocó debajo de Blaky para subirle en su lomo, y echó a nadar como alma que lleva el diablo, para alejarle del peligro. Así, agarrado a su aleta dorsal, alcanzó de nuevo el barco del que había caído al mar, y su héroe le volvió a subir a la popa, con un preciso movimiento. 


Blaky se sacudió enérgicamente el agua de su cuerpo, y seguidamente levantó su patita delantera, a modo de despedida a su salvador. Flippy le obsequió con una original pirueta sobre el agua, mientras se alejaba. Entonces fue cuando los niños le descubrieron, y le empezaron a saludar desde la cubierta, entre risas nerviosas y caras de sorpresa. No podían imaginar la aventura que acababa de vivir su mascota, que ahora movía la colita y ladraba agradecida, sintiéndose a salvo.