Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

viernes, 21 de octubre de 2016

Quince años


       
Cada final de julio, cuando se celebra la feria de mi pueblo, y aunque esté lejos, no puedo evitar rememorar tiempos pasados, que no necesariamente son tiempos mejores. En pleno verano, siempre estaba deseando estrenar algún modelito que me hacía mi costurera de confianza, para lucirlo en la verbena. Esa verbena que amenizaba alguna orquesta con mejor voluntad que acierto, la mayor parte de las veces, y a cuyo solista se le podía solicitar un tema, petición que casi siempre era atendida. 

Alrededor de la pista de baile, un sembrado de veladores desde donde los más mayores te observaban sin perderse detalle: cada paso de baile, cada conversación entre amigos, cada ligoteo, cada roce, cada comportamiento fuera de control..., todo. Para chinchorrear a pierna suelta al día siguiente: Fulanita se está poniendo muy fea, Menganita es una fresca, vaya vestido más corto, ha dejado que se le arrimen los forasteros más de la cuenta, baila fatal...

Y cuando sonaban las "lentas", esperábamos con estudiada indiferencia que nos sacara a bailar "agarrado" el chico por el que bebíamos los vientos. Uf, acabo de reparar que soy más antigua que un topetón. Bueno, es igual, qué le vamos a hacer.

Con quince años todo tu ser piensa y actúa por y para la persona amada, las hormonas soportan tal caos, que sería imposible llamarlas al orden. Yo estaba loca, pero loca, loca, por un muchacho que estaba loco, pero loco, loco, por otra chica de la pandilla. Qué crueldad que un corazón enamorado tenga que sufrir ese calvario. He de decir que tras no pocos esfuerzos salí con él. Fue mi primer gran amor. Y fracasó, afortunadamente, porque gracias a ese amargo trance me reencontré con Mane. Él también rompió una tormentosa relación, casi al mismo tiempo, por lo que tuvimos ocasión de apoyarnos mutuamente y comenzar nuestra verdadera historia de amor, que dura hasta nuestros días.

Cuando yo volvía a casa de la feria, de la discoteca o del paseo, agotada por desplegar todas mis tácticas de seducción con mi amor platónico, solía darme un baño desnuda en la piscina que teníamos en el patio, para calmar mi corazón herido, bajo la atenta mirada de la luna y las estrellas. Lloraba procurando no hacer más ruido que el que producían mis lágrimas al resbalar por mis mejillas, lamentando mi desgracia.

Y después de comerme algunas uvas del parrón, me iba a la cama con la congoja por camisón.

Este escrito se lo dedico a él, al que quise con toda mi alma con la inocencia de mis quince años. Todo queda perdonado, y quiero imaginar su sonrisa amiga desde el abismo celestial al que viajó hace ya varios lustros.




A ti, allí donde estés, van dedicadas estas líneas.                          

El tiempo cabalga a lomos de una nube,
cuyo blanco algodón navega por el cielo arrastrado
por un soplo de recuerdos.

Mil recuerdos, mil,
naufragando en el reloj de arena de la  nostalgia.

La felicidad se dejaba caer en la juventud
en cada hoja arrancada de un viejo almanaque,
y cada momento feliz se desliza  hoy sutilmente
por el quicio de la  conciencia,
como nenúfares a la deriva
en un estanque  de tiernas reminiscencias,
que han burlado tempestades
con el filtro de los años.

Santa Marta, 1.975.

Quince primaveras atropellándose por vivir.
El fulgor de las estrellas embriagaba
las cálidas  noches de verano, y la tibieza del agua
de una humilde piscina de patio
reconfortaba  el alma, acariciando las sensaciones
tatuadas al son de boleros y suavizando
los redobles de un corazón enamorado.

Y bajo el manto de estrellas,
una bóveda de uvas, racimos de sentimientos
madurando en un parrón,
apaciguando con cada fruto los retortijones de celos
y aliviando una vanidad pisoteada por la indiferencia
de un amor que se antojaba imposible.

Como testigos indiferentes,
arriates cargados de periquitos amarillos y rosas,
con su travieso e inconfundible  perfume,
jardineras preñadas de geranios apretujados,
jazmineros insolentes impregnando
la mansedumbre de la madrugada.

Suspiros trasnochados inundaban los silencios,
y caricias anheladas gritaban amnistía
desde cada poro virgen de la piel.

El temblor de unos labios que soñaban besos sobre la almohada,
mientras las luces del alba entraban de puntillas,
colándose por las rendijas de una vieja persiana.




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