Más de uno se sentará hoy frente a la
caja tonta, o con la oreja pegada a la radio, los décimos y participaciones de
lotería extendidos en la mesa camilla, con la vaga esperanza de oír cantar
alguna de esas provocadoras cifras por las inocentes voces de los niños de San
Ildefonso, ignorando o queriendo ignorar la remota posibilidad de que eso
ocurra.
La necesidad es mucha, cada vez nos aprietan más las tuercas, y la
economía doméstica ha adelgazado tanto que ha caído en la anorexia, y
necesitará mucho tiempo, paciencia y atenciones para recuperar su figura de
antaño. Un 86% de los apostantes no ganará nada de nada, a un 5% puede tocarle
alguno de los premios, y un 9% se consolará con el reintegro. La posibilidad de
acertar con el “Gordo” es todavía más improbable: 1 entre 100.000.
Y como el
que no se consuela es porque no quiere, cuando la retransmisión del sorteo
acabe, y nos hayamos quedado con cara de gil y lo que sigue, siempre nos
quedará la manida frase de “lo importante es la salud”. Nos resignaremos a
pasar la Nochebuena como en años anteriores, en familia, ante un menú ajustado
a nuestro exiguo presupuesto, con la ilusión puesta en la lotería del Niño, que
ya se sabe que la esperanza es lo último que se pierde y soñar es gratis.
Bueno, hasta que los mandamases se den cuenta y nos cobren una tarifa de
sueños/hora.
Cosas más raras se han visto.
Publicado en "Cartas al Director" del diario HOY el jueves 22 de diciembre de 2016.
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