Este es mi espacio, mi pequeña parcela de libertad, mi válvula de escape, mi cofre de sentimientos, mi retiro, mi confesionario, el escondite de mis rebeliones, el escaparate de mi alma.

viernes, 29 de diciembre de 2017

Marvao y Aveiro


¡Qué bien sienta una escapadita de cuando en cuando para liberar tensiones! Pues eso mismo hicimos Mane y yo hace unos días. Solitos, en amor y compaña. Primero, visita y comida en Marvao, que ya conocíamos, pero en esta ocasión guiados solo por nuestro instinto y capricho.



















La mañana, envuelta en neblina, nos impidió disfrutar de las impresionantes vistas desde el castillo, otra vez será.
Y, tras una magnífica comida y buen vino, carretera y manta hasta Aveiro, donde teníamos reservado alojamiento.

Una vez pedida en recepción la tarjeta/llave, subimos a la habitación para disponernos a dar una vuelta, ver la iluminación navideña y cenar. Nos esperaba un regalo de bienvenida por parte del hotel, del que dimos buena cuenta: una botella de vino y unos ovos moles, un dulce típico de Aveiro.


Había llovido, pero la temperatura era agradable y pudimos saborear cada rincón de esta ciudad mágica y acogedora, popularmente conocida como la "Venecia portuguesa".








Tras un desayuno de reyes (por aquello de "desayuna como un rey, almuerza como un príncipe y cena como un mendigo"), salimos a patear las calles, ver los moliceiros de la ría de Aveiro en plena actividad y hacer algunas compras.



Decidimos comer en Praia Nova, a pocos kilómetros de la ciudad, lugar muy típico y pintoresco que nos apetecía visitar.








Entramos a comer en una marisquería a pie de playa, a la que doy una nota de sobresaliente por el servicio y la materia prima. Ya solo quedaba dar un buen paseo para rebajar calorías y eliminar los efectos del vinito, que había que emprender la vuelta a casa.





Me encanta el país vecino. Pero... (hay un pero, lo siento): las tasas en carreteras y autopistas son un robo a mano armada. Todavía recuerdo con rabia los trayectos a Lisboa, para llevar al aeropuerto o recoger a mi hijo Enrique, cuando vivía en Mánchester. Aún así, Portugal es un paraíso, y para nosotros, pacenses, un lujo compartir frontera con Lusitania. 




                            ¡VOLVERÉ!










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