¡Qué bien sienta una escapadita de cuando en cuando para liberar tensiones! Pues eso mismo hicimos Mane y yo hace unos días. Solitos, en amor y compaña. Primero, visita y comida en Marvao, que ya conocíamos, pero en esta ocasión guiados solo por nuestro instinto y capricho.
La mañana, envuelta en neblina, nos impidió disfrutar de las impresionantes vistas desde el castillo, otra vez será.
Y, tras una magnífica comida y buen vino, carretera y manta hasta Aveiro, donde teníamos reservado alojamiento.
Una vez pedida en recepción la tarjeta/llave, subimos a la habitación para disponernos a dar una vuelta, ver la iluminación navideña y cenar. Nos esperaba un regalo de bienvenida por parte del hotel, del que dimos buena cuenta: una botella de vino y unos ovos moles, un dulce típico de Aveiro.
Había llovido, pero la temperatura era agradable y pudimos saborear cada rincón de esta ciudad mágica y acogedora, popularmente conocida como la "Venecia portuguesa".
Tras un desayuno de reyes (por aquello de "desayuna como un rey, almuerza como un príncipe y cena como un mendigo"), salimos a patear las calles, ver los moliceiros de la ría de Aveiro en plena actividad y hacer algunas compras.
Decidimos comer en Praia Nova, a pocos kilómetros de la ciudad, lugar muy típico y pintoresco que nos apetecía visitar.
Entramos a comer en una marisquería a pie de playa, a la que doy una nota de sobresaliente por el servicio y la materia prima. Ya solo quedaba dar un buen paseo para rebajar calorías y eliminar los efectos del vinito, que había que emprender la vuelta a casa.
Me encanta el país vecino. Pero... (hay un pero, lo siento): las tasas en carreteras y autopistas son un robo a mano armada. Todavía recuerdo con rabia los trayectos a Lisboa, para llevar al aeropuerto o recoger a mi hijo Enrique, cuando vivía en Mánchester. Aún así, Portugal es un paraíso, y para nosotros, pacenses, un lujo compartir frontera con Lusitania.
¡VOLVERÉ!
No hay comentarios:
Publicar un comentario